Aún no lo comprendo. Todo estaba ahí, hasta el último grano de arena, circulando por los marcados designios del destino. Tenía que ser perfecto. Tendría que haberlo sido. Entonces lo oí, los ladridos. Maldita sea, de todos los anchos parajes del espacio-tiempo aquel energúmeno tenía que haber elegido el mío, el nuestro, para sacar a su jodido chucho. Tendría que haber sido perfecto y ya no lo era: por eso tuve que repetirlo. Me miraba a los ojos, el sonido de las olas moría en la orilla para nuestro deleite, así debía ser: como yo lo había escogido. Tenía que ser perfecto. Ahora es cuando yo me acerco, le susurro al oído. Ella tenía que entrecerrar los ojos y entreabrir los labios, después venía el beso. Pero yo tenía miedo, miedo a que algún elemento ajeno lo estropeara todo de nuevo. No paraba de mirar alrededor, comprobando que todo estaba en orden. Entonces me di cuenta de que tenía que haber empezado a hablar cinco segundos antes. Por eso me puse nervioso. Esta vez lo estropee yo mismo. Ya no era perfecto. Había que repetirlo. En las películas no cesan de repetir la escena hasta que sale todo como el director quiere. ¿Por qué no puede ser esto una maldita película? La última vez ella perdió el equilibrio durante el beso, cayendo de espaldas, se golpeó la cabeza con una roca. Desde luego aquello distaba mucho de ser perfecto, y cada vez parecía salir todo peor. Como si aquel momento mágico que había ideado para los dos fuera una cinta que se iba gastando con el uso y cada vez sonaba peor. Entonces lo comprendí. Digo mi discurso, parece espontáneo, pero es porque lo he ensayado para que suene así. Ella no deja de mirarme, levantando la vista. Me acerco, insinuante, le digo una cosa al oído. Sus parpados se juntan un poco y sus labios se abren levemente para recibirme. Aprieto el gatillo, apuntando directo sobre el corazón, sin cesar de besarla Sé que esta muerta y que su sangre me mancha la ropa, era la única manera de que todo saliera perfecto.